LAS PERLAS DE MELISSA (capítulo 7)



FRENTE AL MAR LAS IDEAS SE ACLARAN

Frente al mar las ideas se aclaran, la mente se despeja y nuestras actitudes se vuelven sensatas. Pamela estaba convencida de tal frase hecha que decidió permanecer en el Puerto de Turritela hasta que la obra de la casa de las Gárgolas hubiese concluido. Yara y Romelia le hacían silenciosa compañía y el sitio bastante alejado de los centros turísticos era el lugar ideal para entender y reflexionar una visión diferente de la que había sido hasta entonces su propia vida.

Nada sabía aún del enigmático legado que atesoraba con gran celo en su poder. Esperó imperturbable tres largos días con sus noches, hasta verse cómodamente instalada en la casa de la playa para abrir el paquete. Al cuarto día tomó el envoltorio que colocó con sumo esmero sobre la mesa de su improvisado taller. Meticulosamente retiró el grueso plástico que algún tiempo debió haber sido transparente. Bajo la opacidad del material se adivinaban algunas inscripciones que Pamela leyó con claridad al quedar el fardo al descubierto.

Eran dos mensajes impresos en grandes etiquetas relativos al remitente y destinatario de una mensajería privada de Barcelona. La Caxa de Valores del Banco Sureste de España hacía el envío a Don Ernesto Thien. Sintió un dolor agudo en la boca del estómago al leer el nombre de su infausto abuelo, lo maldijo mil veces desde lo más hondo de su corazón. Hizo un gran esfuerzo para disuadirse de su evidente malestar, así que aspiró con insufrible avidez abocándose a la lectura de las especificaciones declaradas en el marbete del contenido, pero no encontró nada revelador, sólo términos relativos al carácter del peso, tamaño y material del paquete que estaba valuado en la exigua cantidad de 6500 pesetas.

Estaba a punto de retirar la envoltura de papel cuando observó con atención la fecha del envío, 12 de junio de 1994. Insólito, ella estaba inspeccionando el paquete justo 5 años después. Esto le pareció un buen augurio porque la suma de los dígitos de la fecha también sumaba cinco. Pamela tenía el curioso hábito de sumar los números que le eran representativos para llevarlos a su mínima expresión. Esto es 1+2 del día, más 6 del sexto mes que es junio, más 1+9+9+4 del año, todo en conjunto corresponde a un total de 32, finalmente la suma de 3+2 es igual a 5. No le tomaría mucho tiempo descubrir la importancia simbólica y ancestral que le representaría para siempre y hasta el último día de su vida el significado más que cabalístico de dicho número.

Llegó el momento de retirar la envoltura de papel que dejó al descubierto una áspera caja de madera clavada burdamente. Tomó del cajón de herramientas unas pinzas y un buril y con diestra habilidad extrajo uno a uno los pequeños clavos. Cuando al fin hubo desprendido la tapa del estuche cuadrado, se percató que un sobre amarillento yacía sobre la superficie desgastada de una tosca cubierta de piel oscura. Abrió el prístino sobre sin advertir el temblor exaltado que agitaba irremisiblemente sus manos. Leyó para sí en voz alta.

Querida hija. Bien sabe Dios todos estos años de mis plegarias y sufrimientos. Y cuando había aceptado con dolorosa resignación que la maternidad no me sería bendecida, llegaste tú a mi puerta como el más maravilloso milagro de la vida. Hoy que te tengo en mis brazos y contemplo tu tierna sonrisa no se si tendré el valor un día para confesarte esta inexcusable verdad. Te llamas Pamela. Es la decisión de quien bordó con legítima devoción tu ropita. Desconozco la fecha de tu nacimiento, nada sé de tus verdaderos padres, sólo puedo decirte que este paquete que jamás abrí por temor a encontrar tu origen y tener que entregarte, era lo único que te acompañaba ese milagroso día que Dios te envió a mis brazos. Perdóname si te he hecho algún daño, sólo he tratado de ser una buena madre. Dejo en custodia del Banco este bien que te pertenece, sé que algún día, cuando Dios así lo disponga lo tendrás en tus propias manos.

Te quiere mamaíta
Septiembre de 1975

Pamela sintió un desgarrador nudo en la garganta, por primera vez experimentó el temor frente a lo incierto, dudó por un instante develar el misterio de la caja pero ya era demasiado tarde, con un brusco movimiento trató de desprender la cubierta de piel, pero le fue inútil, tuvo que armarse de paciencia desclavando una a una las otras tablas del estuche.

-Por fin –se dijo al ver liberado el raído embalaje que estaba cosido como una alforja por todos lados.
-Paciencia, ya falta menos, se repetía mentalmente mientras se daba a la entendida tarea de deshacer lo que alguien se había tomado la rigurosa molestia de hacer. Finalmente, al cabo de algunos minutos que le parecieron eternos, levantó el forro de piel al mismo tiempo que cerraba con firmeza los ojos y cuando los abrió su sorpresa fue indescriptible.

UNA CICLÓPEA RELIQUIA

-¡Oh dios! –exclamó- esto es soberbio.
-Debo estar alucinando -dijo visiblemente cautivada por el influjo del exótico y sutil aroma que emitía profusamente esa especie de cofre extravagante o ciclópea reliquia. Los sentidos encumbrados de Pamela no alcanzaban a comprender el significado del regio y conmovedor símbolo que había sido realzado sobre la cubierta del estuche con dispendio, arte y erudita maestría en el terso bajorrelieve de primorosas maderas atezadas. La dueña permanecía imperturbable ante el prodigio de tal alegoría enmarcada con insólita blonda, que divinamente grabada a lo largo del borde, remataba en un óculo aboquillado, con tres arquivoltas circulares concéntricas, magistralmente talladas.

No menos sublime era un enigmático rosetón incrustado en el hueco del círculo central de la fragante madera, cuyo calado soberbio era de auténtica filigrana de oro. Pamela extendió su mano derecha para cerciorarse que sus ojos no la engañaban, de tal modo, tocó con delicadeza uno a uno los nueve rubíes en forma de pétalos de fuego que conformaban el emblema radial de una conspicua e inquietante flor. Las nueve gemas a su vez, se intercalaban a la perfección con nueve corazones, los cuales fueron concebidos en esta extraordinaria joya por el efecto en conjunto de una misteriosa celosía entrelazada, cuyos bordes de precioso metal, habían sido introducidos en el contrachapado de la nigria madera aromática.

Pamela no cesaba de admirarse, y mientras más observaba el magnífico rosetón, nuevas formas surgían de la esbelta línea que había sido trazada sin principio ni fin. Intercalada al pie de los pétalos, se podía apreciar una estrella conformada por el señorial efecto de la celosía, y en el interior de esta estrella resaltaba otra más pequeña, la cual en cada uno de sus nueve picos tenía engarzado un fastuoso diamante.

-Esto es realmente soberbio, es maravilloso y es... mío. Absolutamente mío, musitó Pamela con ingenua arrogancia. Que lejos estaba de comprender su cabal responsabilidad frente al supremo destino que se revelaba entre los símbolos de la fuente categórica del orden y el significado infinito de la estructura del universo. Se percató en ese instante que el primoroso estuche permanecía aún cerrado con un escueto pestillo colocado acertadamente en cada uno de los cuatro lados de la fastuosa tapa. La dificultad que le representó destrabar los sucintos pasadores de oscuro metal, le concedió la absoluta certeza de que nadie había violado su ya, entrañable legado, al menos, -supuso- en los últimos 25 años.

Levantó al fin la insólita cubierta engalanada con pletóricas joyas y la depositó delicadamente, sobre la misma mesa que fuera el único testigo de tan prodigioso hallazgo. Así, con franca actitud resuelta, abrió la maravillosa urna en el crepúsculo del quinto día en la playa, la proximidad de las olas picadas de la costera le recordaron el azul turquesa del mar de su natal Barcelona cuando una extraña sensación de nostalgia, o más bien de presencia de algo incorpóreo, flotaba como un espectro en el imponderable ambiente. La esencia del pasado pronto rebasaría la rémora elíptica del tiempo, Pamela lo sabía bien, el conocimiento estaba manifiesto en la obra del creador, y cualquier fatuidad de recompensa eterna era innecesaria, el camino para ella había sido trazado.

En ese instante experimentó una espontánea celeridad por conocer el contenido del cofre, y helo ahí, glorioso frente a ella. Lo primero que llamó su atención fue un gran libro de formato inusual. La gruesa pasta de piel oscura pulimentada tenía grabado en oro el título de “SINCRONIA”. Pamela tomó el volumen con tal naturalidad como si fuese un objeto de su propia hechura. Abrió al azar algunas páginas visiblemente apergaminadas de la magnífica obra, que se encontraba repleta de ilustraciones y símbolos por demás incomprensibles. El texto escrito a mano con virtuosa caligrafía, para grata fortuna de Pamela estaba documentado en catalán. Leyó para sí un fortuito e insospechado epígrafe al señalar con su dedo índice la parte superior de una hoja.

És el temps un moviment cíclic, semblant del passat, imatge que emergeix en el més enllà

Es el tiempo un movimiento cíclico, semblante del pasado, imagen que emerge en el más allá. -¡O io no só! -dijo con tal sonoridad, que su voz emitió un eco lascivo tan lejano como el tiempo en que dicho adagio debió haber sido escrito.

Aún el misterio del artífice subyace oculto, –pensó- al no encontrar por ningún lado testimonio o rúbrica del autor de la obra, que escrita con incomparable disposición de arte y maestría, era evidente que había sido fundamentada en diferentes tiempos y por muy peculiares personas. Cerró el libro que colocó junto a su pecho parodiando un abrazo solemne para dar paso a sus cavilaciones, que sin ningún argumento razonable se acrecentaban en un tortuoso abismo de desconcierto y veleidosa perplejidad.

Junto al libro, flanqueándolo por ambos lados, se encontraban distribuidos en compartimentos individuales una suerte de billetes impresos con sellos extravagantes y dibujos grotescos de personajes solitarios o bien acompañados por un profuso y elocuente bestiario. En la parte superior a todo lo largo del empaque primorosamente forrado con un género de terciopelo muy oscuro, resaltaba un excesivo compartimiento disimulado por una pestaña que Pamela levantó con gran diligencia.

-¡Uau! -exclamó con júbilo regocijada en una especie de aturdimiento al ver una hilera perfecta de magníficas perlas. Las gemas eran de tan extraordinaria belleza y de una extravagancia y colorido excepcional que la dueña puso en tela de juicio la autenticidad de las joyas, no tan sólo de las perlas sino de todas las piedras preciosas que adornaban de forma magistral la obra entera. Se sintió molesta al admitir por un instante tan sórdido pensamiento. Con inaudita torpeza se descubrió abyecta ante conjeturas mezquinas y banales al desdeñar por un segundo de imperdonable debilidad, la maestría, la erudición, el arte, la pericia misma del artista frente a la técnica e incluso el significado y la esencia vital de suyo invaluable de la creación, anteponiéndola única y exclusivamente al valor presumible de sus componentes.

Pamela sintió un miedo atroz, de manera imprevista se encontraba enfrentada a la incertidumbre tangible de su pasado, no había concesión ni escapatoria, se descubría indubitable frente a él, y había que descifrarlo aunque fuese terrible. Poco a poco su corazón retomó el latir normal, respiró hondo y con renovada entereza abrió el último compartimiento que era completamente igual y opuesto al que contenía las exóticas perlas. Perpleja, tal vez decepcionada advirtió sarcásticamente que dicho estante estaba totalmente vacío.

La dueña contempló extasiada durante horas su precioso legado sin encontrar ni la más remota explicación a todo un alud de preguntas que empezaban a atormentarle, así se quedó dormida cuando el sol calentaba con trémulos rayos el amanecer marino frente a la playa.

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