ABRUMADORA SOLEDAD (capítulo 28)


¡QUÉ DESCUBRIMIENTO!

Recién llegados a la hacienda y sin tiempo aún de limar algunas asperezas en privado, se precipitaron los acontecimientos cuando una mujer de la servidumbre le anunció a Guinelli la presencia del alquimista Arthur de Yehak quién solicitaba para él y sus acompañantes urgentemente su anuencia. Sin más remedio el señor de la casa los hizo pasar a su despacho. El primero en hablar fue el alquimista.
-Estimado Guinelli, lamentamos este penoso asedio, pero creemos que en nuestra previa conversación usted nos ha ocultado algo de vital importancia para la ciencia que nos ocupa.
-¿No entiendo? Creí que todo había quedado claro.

-Es probable que usted ignore algunas cosas respecto a la familia de su mujer –intervino en tono suspicaz Kelley- pero nosotros lo vamos a poner al corriente.
-Soy todo oídos pero les advierto que no toleraré insolencias –manifestó el impresor quién en ese momento hubiera preferido ser sordo de nacimiento.
-Descuide, me limitaré a los hechos. Su esposa Gadea es hija de Georg Ancarola y Catalina Berti.
-Cierto.
-Y su suegro fue el cuarto de los hijos de Ulrich Ancarola y Apel Ferrater.
-No me dice nada que yo no sepa.
-Pues tal vez ignore que Melissa Ferrater quién en vida fue hermana de Apel y por consiguiente tía de Georg Ancarola su suegro… conocido aristócrata, inversionista y banquero…

-¿No entiendo a donde quiere llegar con todo esto?
-Seré claro –dijo sin rodeos Kelley- veo que usted ignora que la tía abuela de su esposa, Melissa Ferrater no tan solo protegió al Magister Prinio Corella sino fue su discípula.
-¿Discípula?
-Tal cual –terció el astrónomo y matemático Wenceslao Stroff quien se veía demasiado irritado como para alzar la voz cuando agregó- Tenemos testimonios irrefutables al respecto. Incluso sabemos que se hacía llamar “Virgencita Negra”.
-¡Es suficiente…! No pienso tolerar más –Dijo Guinelli dando tremendo puñetazo en la mesa- salgan inmediatamente de mi casa.

En ese momento el alquimista Arthur de Yehak se levantó encolerizado, los cachetes mofletudos le temblaban y sin poder controlar sus movimientos se dio una vuelta en redondo encaminándose de forma accidental a la habitación contigua donde alcanzó a ver el bargueño que contenía los manuscritos de Gadea.
-¡Qué descubrimiento! –Gritó resoplando el gordo- aquí hay unos manuscritos. El astrónomo y Kelley se pararon como resortes y de un certero brinco estaban frente al mueble. Guinelli los siguió y no pudo menos que aterrarse cuando Yehak le ordenó que abriera el bargueño.
-He perdido la llave –aseguró Antonello con voz entrecortada. No se hizo esperar la furia del alquimista que levantó con inusitada fuerza el armario y en vilo lo arrojó contra la pared. Volaron astillas de madera y vidrios por todos lados. Los tres hombres como aves de rapiña escudriñaban entre los pedazos de tablas y cristales cada uno de los treinta y ocho manuscritos.

El pertinaz de Kelley alzó de entre los restos desperdigados la tapa que cubriera el doble fondo y bajo ella descubrió que reposaba indiferente el manuscrito del Ditriae-Corporum y las mujercitas desnudas.
-¡Lo tengo! –dijo dando tremendo alarido. Los tres usurpadores apenas si se dieron tiempo de examinar el manuscrito, tal vez el confirmar que no entendían absolutamente nada les era la prueba más contundente, que tenían en su poder el secreto mejor guardado de la alquimia. Salieron de la hacienda con tal celeridad que su recuerdo se volvió polvo, y no se les volvió a ver por ningún rincón de la isla de Mallorca.

Antonello Guinelli postrado en un sillón veía a Kima y a Gadea rescatar de entre los escombros, todos los años de paciente trabajo expuesto en la obra de copista de su esposa. Frente a los inadmisibles acontecimientos los tres sentían impotencia y culpabilidad, cada uno a su manera. El impresor por haber leído el manuscrito que Melissa aprisionara entre sus manos el día de su muerte, y no habérselo confesado a su esposa. Gadea por haberle ocultado a su marido la única obra que no copió, ni las circunstancias que la llevaron a escribirla y Kima por haber minimizado el escrito de su madre, y haber dejado para otra ocasión la oportunidad de discernir con mejor juicio dicho asunto.

Pero en el fondo los tres sintieron un gran alivio y de lo ocurrido ese día no se habló jamás. No obstante que los acontecimientos de aquella tarde marcarían un antes y un después insalvable. A las pocas semanas Antonello sufrió un desmayo, que indicaba el inicio de su precaria salud en los últimos años de su vida. Un par de meses después Marietta Ghisi, la joven madre de sus cinco hijos naturales, moriría en el parto quedando los críos al cuidado de Gadea, quién temiendo más calamidades le entregó a Kima el legado pos mortem de Melissa. La tercera mujer del incógnito linaje de la ermita pronto se adjudicó la empresa de continuar con la escritura de los hechos cronológicos de la familia, que tan puntual relataran su madre y su auténtica abuela.

LA HISTORIA PERTENECE AL PASADO

Pamela se cuestionaba lo suficiente la veracidad de los hechos que las historias en general narran. Descubrió que cada acontecimiento es referido por una particular percepción, y cada individuo imprime en los eventos, su interés personal de formar parte de ellos según su criterio. A fin de cuentas el médium no pudo percibir que Melissa, no era en realidad hermana de Apel ni pudo vaticinar que el manuscrito que substraían, no era la magna obra de Corella cuyo original había sido destruido cien años atrás, y del cual solo quedaba la obra cifrada de Melissa, que se encontraba oculta probablemente en algún lugar de las catacumbas.

La historia pertenece al pasado pero cada día, en el presente y en el futuro los hechos se reinventan forjando una memoria relativa, sujeta a los embates de la especulación de quien los vive y del qué, en cualquier momento los reconstruye. Ahora le tocaba el turno a Pamela de rescatar la obra, habiéndose propuesto no modificarla en lo más mínimo, ni aunque ella misma fuera parte y presencia del tiempo, en una fracción minúscula de los acontecimientos, así lo quería ver en el momento en que lo escribía, para que quedara testimonio arraigado en la posteridad de todos sus días por venir.

EL ORÁCULO DE LA HUMANIDAD Y DEL UNIVERSO

Kima, a falta de voluntad y buena disposición de su padre concluyó el enigmático diseño de los naipes simbólicos, que por encargo de Tycho Brahe habrían de representar el oráculo de la humanidad y el universo. Encerrada en su habitación, lejos del bullicio de sus medios hermanos, del corretear por la casa de los hijos de la nodriza, del llanto del recién nacido y la impaciencia de su madre, releía una y otra vez los escritos de Melissa y Gadea. En cualquier caso siempre terminaba con una sensación angustiosa, hecha un lío y con un montón de preguntas en la punta de la lengua, que le hubiera gustado hacer a su abuela, pero casualmente el día que ella abría los ojos al mundo la anciana los cerraba para siempre.

El cúmulo de interrogantes con frecuencia también la llevaban a la figura del Magíster Prinio Corella, no entendía porque el sabio alquimista le encomendó a Melissa tan grave responsabilidad y porqué le pidió ocultar y de quién sus investigaciones. Guardó el manuscrito junto a la pequeña alforja de piel de oveja, cerró el cajón de la cómoda y a los pocos segundos volvió a abrirlo, clavó la vista en los pliegues del saco de cuero de donde sacó las cuarenta y cinco perlas al tiempo que se percataba de un ruido ensordecedor en lo más profundo de su cerebro. El sonido crecía como una detonación que le provocaba punzantes golpeteos en la cabeza, que torpemente se cubría con sus manos apretadas tratando de aminorar los intensos embates como de objetos que colisionaban.

Por un momento creyó enloquecer, una fuerza inaudita le aprisionaba el cerebro cada vez que chocaban las esferas con el contrafuerte. De súbito se vio inmersa en el Corporum-esferae, de manera inexplicable se descubrió suspendida en el vacío, con una extraña sensación de inexistencia, de abrumadora soledad, de terrorífica ausencia del tiempo y el espacio eternizado en un mar homófono repleto de nada. Gateó despacio, cuidando de no desvanecerse con la intención de avanzar hacia ningún lado porque todo era exactamente lo mismo, no había ni el más imperceptible referente en ese lugar sin límites, solo a lo lejos, abajo o arriba de ella, o a los lados o en alguna dirección desconocida se estremecía el cristalino, casi etéreo artilugio de las esferas.

Sintió haberse movido durante mucho tiempo en alguna fracción de ese todo inalterable, levantó su mano derecha para avanzarla tan solo un palmo, y al colocarla sobre la superficie diáfana que hacía unos instantes era firme, ésta se disolvió proyectando con sorpresiva premura su cuerpo a la deriva, que inició una carrera abrupta de giros y tumbos, rebotando supuestamente en muros que ella no alcanzaba a ver. Instantes después atisbó una incandescencia que se aproximaba expedita hacia ella, y en la cual quedó atrapada en su ráfaga de luz que avanzó serpenteante, hasta caer en el interior de una esfera roja-cristalina que tan pronto la contuvo, ésta se cerró.

Al instante, se dio inicio a un caótico movimiento chocando con tal fuerza el abalorio, con las otras esferas que por un instante temió que estas fueran a romperse. Por unos segundos el movimiento se detuvo, lo suficiente para que Kima diera un respiro después del cual, las esferas retomaron con furia el camino hacia el contrafuerte. Sin poder asirse de nada mientras caminaba con las perlas entre las manos, cayó de bruces al tropezar con el fleco de un tapete. Los abalorios rodaron por el suelo en dirección de una pared donde quedaron las cuarenta y cinco gemas perfectamente bien alineadas.

Esperó desplomada en el piso sin moverse que los latidos de su corazón se apaciguaran, todo estaba en calma, afuera no se oía ningún ruido, solo se escuchaba el silencio absoluto con tal magnitud y densidad que hacía el aire irrespirable. Kima levantó la cabeza un poco, lo suficiente para advertir el arreglo de las perlas. Unos minutos le fueron suficientes para percatarse que solo una perla roja se encontraba posicionada en el lugar correcto del “contrafuerte”, lo vio de inmediato, de un solo vistazo, parpadeó un poco estrujando los ojos, dudó de su prematura impresión así que contó el primer bloque de nueve perlas de entre las cuales no había ninguna negra.

En el siguiente bloque de nueve perlas no había ninguna azul claro, En el bloque correspondiente a las perlas rojas, había solo una, justo al centro que destacaba con un hermoso tono carmesí, en los bloques restantes, tanto en el verde claro como en el blanco no había perlas de ese color. Se incorporó acercándose con parsimonia a la pared que parecía sostener las perlas. Tomó la perla roja entre el pulgar y el índice de su mano derecha, la aproximó con firmeza frente a sus ojos y vio como el pequeño objeto parecía disolverse entre sus dedos hasta tornarse transparente, completamente diáfano en cuyo interior alcanzó a ver la silueta de dos mujeres. Kima se desvaneció y al caer la perla al suelo chocó con las demás alterando el arreglo original a tal grado que las gemas terminaron desperdigadas por toda la habitación.

LEER EL CAPÍTULO 29

IR AL PRINCIPIO DE SINCRONÍA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Ir al principio de la novela SINCRONÍA

ATRÁS QUEDABA DÖSEN (capítulo 33)

LA LUZ DEL SOL SE APAGÓ Sophia Brahe preparaba un remedio espagírico con plantas que ella y Kima habían recogido del huerto. La joven...