UN ASUNTO IMPORTANTE (capítulo 29)



EL PUERTO FRANCÉS DE NARBONNE

Pamela traducía con avidez el texto que leía, sintió una gran ansiedad de ver nuevamente las perlas guardadas en su estuche, estuvo a punto de hacerlo pero algo la sujetaba con fuerza a la silla frente a la computadora, logró levantarse en el momento en que Yara le solicitó el visto bueno de ciertos diseños, permaneció breves segundos con su colegiala hasta que se desvaneció la sensación de zozobra que hacía unos instantes se había apoderado de ella. Se sentó de nuevo frente a la máquina para continuar con el trabajo simultáneo de lectura y traducción.

El mallorquín Juanjo Vivot y Kima Guinelli contrajeron matrimonio justo un año después de fallecida Marietta Ghisi. La semana siguiente partieron los desposados a un largo viaje plagado de aventuras y vicisitudes que les tomaría un poco más de dos años, en recorrer la geografía planeada por ambos con gran detalle. La nueva y numerosa familia de Gadea y Antonello que los despedían tan aprensivos como jubilosos en el puerto de Pollença, nunca imaginó que jamás volverían a encontrarse con los jóvenes esposos en las tertulias cotidianas, en la sala de costura o en la cocina. Ni siquiera en el plácido huerto, ni en las habitaciones, ni Kima volvería a ver nuevamente su propia alcoba, ni estaría en lo absoluto en ningún otro lugar de la magnífica hacienda de los Ancarola. Kima veía con ternura a sus padres desde la cubierta de una galera de remos y velas construida en algún lugar de Portugal, que con brisa ligera, en tres días arribaría al puerto francés de Narbonne.

Vivot, viajero experimentado, disfrutaba del viento de primavera que anunciaba la incursión en mares y pueblos lejanos, para alimentar el espíritu y la imaginación. La travesía transcurrió sin incidentes y al arribar a los primeros islotes de aguas francesas, la nave fondeó a cierta distancia del puerto para que los pasajeros se trasladaran a tierra firme en barcas de poco calado. Ahí se reunieron por primera vez con Mengué, el dócil criado del preclaro erudito y Fennia la sirvienta de Kima. Los lacayos llenaron de aire sus pulmones y de luz sus fatigados ojos y su cuerpo, que bajo la cubierta tuvieron que soportar, aunado a la humedad inclemente y los fétidos olores que despedían los trajes infestados de parásitos y suciedades, de los paupérrimos pasajeros que viajaban buscando mejor fortuna, venidos desde Marruecos, Portugal y España.

Después de haber esquivado los piojos y la hacinación de los cuerpos inmundos, el paisaje a cielo raso de Narbonne frente al mar, llenaba a los criados de libertad como una grácil paloma con las alas truncas y doloridas. Pronto quedaron atrás la multitud de barqueros, pescadores, gondoleros y comerciantes inmersos en el trajín de las actividades náuticas y mercantiles del puerto, ocupados en la carga y descarga de mercancías transportadas en bestias de carga a los almacenes, a las lonjas o renterías estratégicamente ubicadas en la zona portuaria.

No muy lejos, frente a la plaza del Ayuntamiento el carruaje enviado por la viuda del vizconde de Capdeutrei esperaba a los recién desposados. El cochero los vio aproximarse y raudo ofreció todo tipo de cortesías y reverencias a los invitados de tan distinguida dama. Juanjo Vivot y su esposa subieron al coche mientras Mengué y Fennia, junto a los dos lacayos del servicio que había mandado la señora, acomodaban los baúles del equipaje en una amplia diligencia tirada por cuatro caballos, que muy cómodamente podía albergar hasta ocho personas. Ahí viajaron los cuatro criados junto a otras dos mujeres, jóvenes mozas que recién habían hecho la mercadería en los puestos de la plaza y en el muelle de pescadores.

El olor a jamón ahumado sobresalía de los comestibles que rebosaban de las cestas para desgracia de Fennia, que no podía evitar la sensación de regusto y apetito que le provocaba dicha circunstancia, acrecentando el vacío que sentía en la boca del estómago después de mal comer algunas vituallas a bordo de la galera, durante los tres largos días del viaje por las aguas del mediterráneo. Mengué veía lánguidamente la campiña a través de las ventanas del coche, tratando de ignorar los ruidos grotescos que acompañaban el movimiento inoportuno de sus intestinos.

Kima y Juanjo ajenos a las penurias de otros descorchaban una botella de vino que junto al pan blanco, el paté, los pastelillos de carne, la fruta y el queso acompañaban las viandas campestres dispuestas en una primorosa cesta. En otra no menos preciosa, había algunas servilletas bordadas de encaje, un pequeño mantel y unas toallas empapadas en agua de rosas para refrescar las manos y el rostro de los comensales. A lo lejos, el soberbio paisaje perfilaba las primorosas cordilleras y los picos nevados de los Pirineos, que muy pronto perdían interés al vislumbrarse en la cumbre de una colina la ciudad amurallada de Carcassonne.

Los carruajes bajo el sol de las primeras horas de la tarde, bordeaban al trote acompasado de los caballos las fértiles orillas del río Aude. No muy lejos, un puente revelaba la presencia de un foso impresionante. En la cercanía, los cascos de los jamelgos golpearon despacio, aminorando la marcha sobre el viaducto que anunciaba propiamente la entrada a la Cité. El trayecto pronto se convirtió en una visión fantástica, dejando a los viajeros plenos de exultación y jubilosas exclamaciones. No tardaron en ingresar a la fortaleza por el puente levadizo, y en su interior quedaron maravillados frente a la monumental muralla, doblemente concéntrica engalanada con sus cincuenta y dos espléndidas torres.

Los carruajes se internaron por calles angostas y sinuosas llenas de magia y encanto, hasta llegar al castillo de Capdeutrei donde los esposos Vivot fueron alojados en una cómoda y amplia habitación, cuya vista dominaba desde lo alto en su magnificencia el esplendor del valle de Audé.

Kima veía desde el balcón de la sala del Heraldo la noche estrellada, mientras Juanjo inquiría para sí los símbolos del singular blasón de la casa de Don Diego de Capdeutrei vizconde de Carcassonne. El escudo suspendido de un muro resultaba impresionante, con su campo de oro adornado con tres flores de azur bien ordenadas y bordura jaquelada, en dos órdenes de oro y azur. El diseño hacía suponer por la bordura jaquelada un escudo de armas con linaje por ambas partes, tanto para los Capdeutrei como para los Poitiere en línea directa de Doña Elba Graciana.

ERES HERMOSA COMO TU MADRE

Los esposos aguardaban con cierto nerviosismo el inaplazable arribo de la vizcondesa, quién no tardo en irrumpir al salón tomada del brazo del ilustre banquero Georg Ancarola. Kima sintió un súbito temblor a lo largo de su espalda y su cuello, cuando se percató que los ojos del anciano la veían con excesiva determinación y curiosidad. Efectivamente se sintió observada sin pudor. El anciano de 90 años se aproximaba con paso lento y sin perder gallardía, y a tan solo unos pasos de su nieta le dijo con voz pausada -eres hermosa como tu madre. ¿Acaso también eres huraña… sagaz… graciosa… lista… demasiado lista… ingeniosa o dotada en algo inusual?

Kima bajó los ojos e hizo una pequeña reverencia y sin levantar la vista contestó –no lo creo señor, solo soy una joven que se siente muy honrada de conocerle y tenerle por su nieta. Georg tocó suavemente con su mano derecha enguantada el mentón de Kima, con delicadeza levantó el rostro de la hija de Gadea hasta que los ojos de ambos quedaron alineados frente a frente.
-Tu madre desde niña siempre fue excepcional. Llegué a sentir orgullo y no puedo negarlo, a veces también temor. No es fácil asimilar a los seres excepcionales. Y con solo verte estoy seguro que tú tienes lo mejor de ella y por supuesto lo mejor de tu padre, hombre inigualable que buena fama se ha ganado como artista virtuoso en las tierras lejanas de muchos reinos.

-De usted también tengo magníficas referencias mi estimado señor Vivot. Dijo el anciano que volteó a ver con rostro apacible al esposo de Kima. -Y no quiero desaprovechar la oportunidad de verle –agregó- porque deseo encomendarle una importante diligencia que a buen recaudo le informaré después de la cena. -Me honra usted con su confianza que no habré de defraudar –declaró Juanjo con franca modestia.

En ese momento un mayordomo le anunció a la vizcondesa que el servicio ya estaba listo, y sin más preámbulos los invitados se dirigieron al magnífico comedor. Kima y Juanjo quedaron muy impresionados al entrar al gran salón donde todo brillaba titilando con la magia de los candelabros de plata, los cubiertos de oro, las copas de cristal y las joyas de Doña Elba Graciana que centelleaban con cada movimiento estudiado de su altivo cuello. Incluso la misma Kima sobresalía engalanada con un par de pendientes y una gargantilla de esmeraldas y diamantes que su abuelo recién le acababa de obsequiar. La joven esposa se sentía atrapada en un sueño donde todo ocurría en cámara lenta y en el cual se veía aparecer y desaparecer, a través de la tapicería de seda bellamente recamada.

Pero no era un sueño, era algo que nunca había imaginado mientras tallaba con el buril la dura madera de boj, para posteriormente imprimir sobre pergamino sus magníficos diseños de xilografía. Y ahí estaba ella degustando el sabor exquisito de las Alcachofas a la Provenzal, al tiempo que escuchaba a su marido en franca conversación con su abuelo como si le conociera de toda la vida. Ella sonreía con delicadeza mientras saboreaba el esponjoso Soufflé relleno de langosta a la crema, entre sorbitos de seis vinos diferentes a lo largo de todo el banquete que la fortalecían, para no desfallecer en la simulación de una burguesa y flamante dama de sociedad que en realidad no era.

Pero nadie podía negar la elegancia con que la joven mallorquín cortaba las pequeñas porciones de huevo a la Parmentier, y la sensualidad con la que saboreaba los trozos de Brandada de Bacalao. La vizcondesa la veía satisfecha por haber sido ella la feliz mediadora de tal reconciliación, pues sabía bien por los médicos de oficio, que la enfermedad que aquejaba a su gran amigo el banquero Georg Ancarola, no le auguraba muchos meses de vida. El momento de los postres cumplió con el mágico ritual gastronómico, Kima había tenido tiempo suficiente para asimilar toda clase de emociones, y sin que las bebidas espirituosas hicieran estragos en su cabeza empezó a sentirse estupendamente bien.

¿ME PUEDE DECIR EN QUÉ IDIOMA ESTÁ ESCRITO?

La sobremesa se llevó a cabo en una pequeña estancia plena de franca camaradería, motivo por el cual Georg Ancarola consideró que era el momento justo para plantearle a Juanjo Vivot un asunto importante. De un sobre con el sello lacrado ya roto, el anciano sacó unos pergaminos –me interesa mucho tu opinión. –le dijo- Estas copias me las han hecho por encargo de un raro manuscrito que tuve oportunidad de hojear detenidamente hace más de seis meses. Era mi deseo comprar el manuscrito original para la biblioteca del monasterio de Lagrasse. He quedado en deuda con el abad Nebredius de Batllori ya que el vendedor ha fallecido de muerte accidental y nadie hasta ahora me da razón de la obra.

El anciano le alargó el sobre que Vivot alcanzó con delicadeza. El Mallorquín observó en silencio, con excesiva calma cada uno de los 20 folios.
-¿Qué opina? Usted que habla y conoce muchas lenguas, ¿Me puede decir en que idioma está escrito? Vivot arqueó las cejas, desconcertado, tardó en contestar.
-¡Nunca había visto nada parecido!
-¿Está seguro? ¿Entonces no sabe lo que dice? –Preguntó en tono áspero el banquero quien se dio cuenta que había levantado la voz. Ambos voltearon a ver a Kima que en ese momento cubría a Doña Elba con una frazada. La vizcondesa se había quedado dormida en un diván. Una doncella le retiraba las calzas y le acomodaba sendos almohadones a ambos lados del cuerpo.

El joven y el anciano retomaron la conversación en un tono más reservado. No tardó en unírseles Kima que se aproximo a los dos hombres caminando con excesiva lentitud sobre las puntitas relucientes de sus zapatillas. La joven se sentó junto a su abuelo al que le obsequió una tierna sonrisa. Vivot le pasó el total de los folios y le preguntó –¿Qué opinas querida? ¿No te parece inusual el texto y los decorados de este manuscrito? Kima tomo con ávido interés las hojas que fue pasando con insospechada sorpresa y que al acto comenzaron a quemarle las manos como brazas encendidas de un humeante fogón.

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2 comentarios:

  1. ¿La novela es tuya? Porque si es así, convendría repasar un poco algunas cosas, para que no resulte un borrador y luzca linda...digo, me parece. Por ejemplo la forma de puntuar, la de adjetivar y otros detalles.

    Lo pregunto porque no entiendo bien el blog.
    El de los fractales me pareció creativo en cuanto a lo visual. Muy creativo.

    Supongo que nadie te dijo lo que te acabo de decir sobre la novela, porque de otro modo, el capítulo 29 no luciría como luce y habría habido una mejora sustancial.

    No lo tomes como un palo. Solamente vine a ver porque te vi en un círculo que me añadiste y yo soy de esos escritores que quieren tanto su oficio que no tienen miedo a decir lo que piensan.

    No es mi intención incomodar tu prosa. Mi intención sería que mejore, pero bueno...eso no depende de mí.

    Lehitraot

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    1. Hola Gavrí, no te apenes, no has incomodado en absoluto mi prosa. La literatura no es mi oficio, pero algo hay que hacer cuando ya se tienen casi 67 años, y lo más cómodo para mí, es sentarme frente a la computadora y matar el tiempo diseñando fractales y tratando de escribir una idea que me apasiona. ¡Que te resulta un lindo borrador! Tal vez. No pretendo mejorar la novela, reconozco mis limitaciones, sólo espero terminarla un día.

      Mil gracias por tus comentarios.
      Lilia


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