¿TÚ LO INVENTASTE? (capítulo 26)



LAS CARTAS DEL TAROT

La hacienda no volvió a ser la misma sin las hermanas Ferrater, la factoría Blau Turquí sufría el rigor de ciertos rivales italianos. En ese momento Florencia y Venecia eran las capitales de los perfumes y los sagaces adversarios habían perfeccionado las fórmulas de las antiguas composiciones de sus propios aceites esenciales. Las cortes de los Médicis y de los Duxs de Venecia eran los mejores clientes de sus competidores, e incluso dichos personajes de la realeza, cuando viajaban se hacían acompañar entre su séquito de un renombrado alquimista también hacedor de fragancias.

Por otro lado, de París habían surgido los guantes perfumados invadiendo el inflexible mercado Francés, y de América y de la India llegaban a Europa nuevas materias primas que no fueron incorporadas a tiempo, mucho menos con un mínimo de perspicacia, en la empresa que el banquero Georg Ancarola, había declinado en los últimos años a la suerte de un inexperto principiante, familiar de Vicente de Rusiñol. En cambio la imprenta de Pagolo Signere subía como la espuma, en la producción masiva de libros elaborados con papel de buena calidad y a un costo relativamente accesible.

Los manuscritos siguieron elaborándose en el taller de copistas como obras de arte muy estimadas por algunos aristócratas, personajes de la iglesia y un pequeño grupo de selectos coleccionistas. Sin embargo, los naipes, principalmente los solicitados por encargo, que el mismo Antonello Guinelli diseñaba se distinguían por sus originales dibujos, donde conocidos caballeros de las cortes reales posaban junto a jabalíes, leones y perros en diferentes cartas para recrear algunos palos de la baraja. De igual forma, hasta un emperador, una duquesa, una papisa y otras tantas celebridades no menos importantes de la época, fueron pintadas a mano sobre pergamino en las cartas del tarot por el artista Guinelli, quién además realizó varios juegos de naipes con baños de oro y plata.

La gran cantidad de diseños dio lugar a otras costumbres y emociones como el arte, la mitología, la adivinación, el erotismo y un sin fin de barajas españolas que Antonello en persona tallaba diestramente con buril sobre madera de cerezo o boj consciente de que su trabajo era lo más cotizado de la floreciente imprenta.

Gadea se había entregado por completo al cuidado de su hija procurándole toda clase de mimos y atenciones, en cambio el padre de la pequeña tan pronto como la niña cumplió seis años, la llevó a los talleres de impresión y la rodeó de tintas y papeles, lápices de grafito, trozos de yeso y plumas de oca que muy pronto aprendió a utilizar, bajo la tutela del antiguo preceptor de su madre que no se cansaba de decir que la hija de ambos era doblemente virtuosa.

KIMA ERA MUY ANALÍTICA

Y en nada exageraba el orgulloso progenitor que muy cerca estuvo de caer en el rigor de la severidad, imponiéndole a la niña extenuantes ejercicios que por fortuna no tardaron en dar maravilloso fruto. Kima a los dieciséis años era una artista consumada, experta xilografista e incansable lectora de una buena cantidad de libros, que se fueron acumulando en la biblioteca familiar de la imprenta.

La señora Guinelli nunca superó la terrible noticia que leyera en los pliegos heredados de Melissa. Enterarse de tan inaudita forma que la tía abuela era su madre, la marginó en un mundo de soledad más agudo que el de su adusta niñez. Jamás quiso saber de Georg ni Catalina, menos de ésta última que no se tomó la molestia de quererla al menos un poco. No estaba enojada con su yayita ni con tiitameli, estaba enojada consigo misma pero no encontraba la forma de encarar las cosas dolorosas de la vida, le faltaba el valor y la sabiduría de Melissa, para entender que ciertos seres humanos deben manifestarse como una revelación creadora del universo.

Necesitaba encontrar la dualidad de su ser para ordenar su mundo, tenía que estructurar su pensamiento para responder de un modo consciente y racional la correspondencia con el universo. Así que no esperaría como su madre el momento aciago de su existencia para revelar los hechos que inscribieran en su memoria una circunstancia inusual. Lo primero que se le ocurrió fue desempolvar el juego del baricoke.

Kima era muy analítica, todo lo quería saber y todo lo preguntaba. -¿En verdad tú lo inventaste? –le decía intrigada a su madre.
-Sí, a la edad de cinco años.
-Eras muy pequeña ¿No? ¿Y cómo se te ocurrió?
-Exactamente no lo recuerdo, pero creo que lo soñé.
-¿Lo soñaste?
-No, en realidad no lo soñé, lo que sí recuerdo es que antes de dormirme cerraba los ojos y me imaginaba las teselas que Georg me había regalado ordenadas de esa forma.
-Querrás decir tu papá. -Bueno, ya te expliqué que no sé quién es mi padre verdadero, pero en fin… mi papá Georg.
-O sea mi abuelo.
-Si, pero estamos hablando de otra cosa.

Bueno… ¿Qué te iba a decir? -Del baricoke. -¡Ah, sí! -Gadea hizo una pausa y vio el techo como queriendo atrapar sus recuerdos, después de un momento dijo- Por esos días estaba buscando una escudilla en la cocina para preparar un poco de barro, y casualmente encontré una pequeña cazuela que me servía bien, pero me di cuenta que en ella había seis semillas de albaricoque. Se me hizo fácil arrojarlas al piso, cuando las semillas cayeron sobre el mosaico de pequeños cuadros blancos y negros noté que todas habían caído en segmentos negros.

-¿Todas?
-Sí.
-¿Y eso que tiene de raro?
-Pues que las tiré cientos y cientos de veces y nunca más volvieron a caer todas en negro. Con cierta frecuencia podían caer todas en blanco, pero en negro no volvieron a caer.
-Ah… ahora sí que me parece raro. ¿Estás segura?
-Completamente.
-¿Y qué pasó después?
-Se me ocurrió hacer un tablero con las teselas de colores.
-Y arrojaste sobre tu tablero las semillas.
-Sí
-¿Y?
-Un día descubrí que siempre podía adivinar al menos tres de los colores que iban a caer.
-¿Me lo puedes explicar un poco mejor?
-En realidad al principio adivinaba al menos tres colores, pero con el tiempo y un poco de esfuerzo llegué a saber cuales eran los seis colores que habían tocado las semillas en el tablero.
-¿Con un poco de esfuerzo...? ¿Cómo es eso?
-No sé como decirlo, es como si... las semillas... tocaran los colores realizando cierto orden.
-¿Cierto orden? -Preguntó Kima sin entender nada
-Si, cierto orden, pero no fue tan sencillo. –Dijo Gadea haciendo una pausa- No fue tan sencillo... porque ese orden a su vez tenía otro orden.
-¿Otro?
-Si, y con ese orden se formaban figuras que crecían en forma muy parecida a triángulos... pero no crecían mucho porque luego volvían a crecer nuevos triángulos.

Por un instante ambas mujeres callaron quedando atrapadas en sus pensamientos hasta que Gadea rompió el silencio. -¿Sabes cómo se formaban los triángulos?
-No, no tengo la menor idea.
-Bueno, yo tampoco, pero lo que sí recuerdo es que cerraba los ojos con fuerza y veía como los seis primeros colores, al principio caían en una superficie lisa donde yo había alineado los nueve colores. Después todo era muy simple, al caer los siguientes seis colores, estos buscaban a los colores anteriores repartiéndose junto a ellos para ir formando los triángulos.

EL RENOVADO SALÓN DE COSTURA

Después de esa conversación la madre y la hija pasaban horas jugando al baricoke en el renovado salón de costura, donde fueron a parar de nueva cuenta la mesita del tablero, el taburete para el registro y conjetura de los colores por salir, los seis rugosos granos de albaricoque, la caja de teselas y hasta las dos sillas que todo en su conjunto, a pesar de los años se encontraba en perfectas condiciones.

La primera vez que jugaron. -Es muy sencillo. -Dijo Gadea- arrojando las semillas sobre el tablero. Observa, han caído sobre dos teselas blancas, una roja, una azul fuerte y dos violetas. En la tabla de registro que mostraba primero el blanco, seguido del amarillo, azul claro, verde, naranja, rojo, azul fuerte, violeta y finalmente el negro, -seguidamente la madre agregó- pondremos unas marcas indicando los colores que salieron. Hecho esto dijo. -Ahora podemos presuponer que caerá al menos una blanca, un amarillo y un negro, recuerda que sólo podemos escoger tres posibles colores.

Kima se le quedó viendo a su mamá con cara de ¿apoco?
-¿Y cómo lo sabes? –Finalmente preguntó.
-Ya te dije, que a los colores les gusta juntarse.
-¿Juntarse?
-Si, se juntan en montoncitos, y los montoncitos van creciendo… creciendo... y creciendo hasta tomar la forma parecida a un triángulo. La jovencita no pudo evitar una maliciosa sonrisa. –Perdón. –dijo casi entre dientes poniendo cara de todo oídos.
-¿Quieres tirar ahora tu las semillas? Le dijo Gadea ignorando la risita de su hija. Kima lanzó las semillas que quedaron atrapadas en las siguientes teselas: Dos blancas, una amarilla, una negra, una verde y una violeta. La joven se quedó observando el desenlace en el tablero, finalmente corroboró- ¡dos blancas, una amarilla y una negra!

-Efectivamente, hemos acertado a cuatro colores.
-A tres corrigió inmediatamente Kima.
-No, a cuatro rectificó su madre, sólo decimos tres posibles colores de los seis, no es necesario mencionar cuantas veces podrá repetirse cada color.
-¡Ah! Ya entiendo –dijo Kima.
-Nuevamente haremos el registro. –indicó la madre- pero a partir de este momento, ya contamos con más datos. Dicho esto Gadea colocó su dedo índice derecho sobre el color verde del registro y añadió –No pierdas de vista este color, aquí se formará pronto un nuevo triángulo, pero no olvides al hacer tu selección, que deberán al mismo tiempo, concretar su formación los otros dos triángulos que se han iniciado.

-Esto ya me parece más complejo-. Frunció el ceño Kima un tanto confusa.
-Lo interesante, es que de esta manera tenemos cada vez más certeza de saber qué colores escogerán las semillas. Dicha aseveración dejó pensativa a la joven que inmediatamente preguntó.
-¿Estás segura que las semillas escogen los colores?
-Siempre me lo he preguntado, aunque a veces he creído que son los colores los que atrapan a las semillas. Pero… No sé, tal vez algún día lo sepa, por lo pronto sigamos jugando. El juego resultó insólito para Kima, quedó perpleja ante los sorprendentes resultados y pronto descubrió que ella misma podía, no con la misma pasmosa simplicidad que su madre, poder acertar decorosamente los colores de las teselas que eran tocados por las semillas de albaricoque.

¿Le has dicho esto a alguien? –Le preguntó Kima en tono pensativo a su madre.
-No, ni pensarlo, a nadie.
-¿Ni a papá?
-No, a nadie, ni siquiera a tiitameli ni a yayita que me vieron jugar tantas veces. -Gadea suspiró y continuó su relato- Con el tiempo ya no tenía que hacer el registro, en la memoria llegué a guardar más de cincuenta tiradas, aunque para fines prácticos no son necesarias, o mejor dicho son inútiles ya que el sistema de la base de los triángulos es tan pequeña que se satura muy pronto, y esto modifica el comportamiento de los colores en las siguientes tiradas, algo así como “un borrón y cuenta nueva” pero de esta manera supe como actúan las semillas y también me di cuenta de cómo se comportan las teselas.

-¿No entiendo? -Si, aunque no lo creas, parecía que las semillas y las teselas y mi pensamiento eran uno, a veces creí que yo misma acomodaba las pepitas en los colores que mi mente pensaba… y que Dios me perdone, pero eso me pasó de niña. -No te apenes madre, como sea no hay que decirle esto a nadie.

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