ESPÍRITU VOLÁTIL (capítulo 14)



CUARENTA Y CINCO GEMAS

Pamela experimentó una especie de aturdimiento que la mantuvo por breves instantes prácticamente inmóvil, mas de repente, se percató de una sensación estremecedora que de súbito la obligó a controlar su arrobado cuerpo que se abalanzaba como un resorte desarticulado hacia la habitación de su improvisado taller. Sí. ¡Ahí estaban las perlas! Las mismas que el Magister Prinio Corella le había entregado a Melissa cinco siglos atrás en el mismo instante de expirar su último aliento.

Las tocó una a una con sutileza, deslizando suavemente sus dedos sobre ellas. Nueve perlas negras daban inicio al riguroso arreglo en la parte superior de su precioso estuche. En contraste, seguían la línea de las gemas nueve perlas azules de un tono índigo claro, donde el nácar de la superficie como pequeños espejos curvados reflejaba en fragmentos el destello de múltiples colores. A continuación, sin inmutar la misma perfección en tamaño y redondez de las dieciocho anteriores se alineaban también nueve perlas, pero sorprendentemente, éstas poseían un intenso color rojo tornasolado que resultaba bastante inusual en este tipo de concreciones que la naturaleza a veces y para fortuna nuestra suele crear.

Junto a las perlas encarnadas prolongaban la hilera de la arqueta otro grupo de nueve perlas iridiscentes que exhibían magníficamente un matiz glauco tan cerúleo que no obstante su palidez, por momentos parecían refulgir con el mismo delicado fulgor que acostumbran arrojan las insólitas y esféricas esmeraldas cuando estas han sido prodigiosamente redondeadas. Finalizaba la columna de cuarenta y cinco gemas con otro tanto de nueve perlas níveas, que de tan blancas parecían inmaculadas con el justo candor nacarado de un espejo albugíneo, donde la luna llena se repetía en cada una de ellas.

-Por una justa razón debo tener yo estas extravagantes perlas- Se repetía mentalmente Pamela - .y sólo hay una forma de saberlo- se decía retomando con tal ansiedad la lectura del epítome que parecía relatar cada una de las epopeyas vinculadas con el contenido, los personajes y los hechos que se circunscribieron en el tiempo de la premonición y la vida de su legado materno.

Atardecía y a lo lejos del horizonte marino, próxima a la superficie del agua, emergía de entre sutiles franjas de nubes una gigantesca luna, cuyo primoroso círculo dorado dejaba caer sobre el mar una estela luminosa que al vaivén de las olas se fragmentaba espejeando el reverbero de cristales zarcos y ambarinos. Pamela veía como esta visión maravillosa y cambiante, a intervalos parecía eternizarse con tal quietud deslumbradora que ni una sola hoja osaba moverse de los árboles, ni la vastedad del mar, ni los brazos de las espigadas palmeras, ni siquiera el latir de su corazón realizaba movimiento alguno porque el tiempo se había detenido.

Y lo mismo era un siglo que un segundo, al igual que el espacio imperceptible o el inmensurable infinito, todo, absolutamente todo, se había comprimido en la extensión ilusoria de un lacónico instante. Pamela reaccionó de súbito ante el temor de lo incomprensible, y de un manotazo que asestó con furia contra la mesa del estudio logró finalmente liberarse del embrujo del astro, y temiendo caer nuevamente en su fascinación corrió de un certero impulso las cortinas. En ese álgido momento tuvo la certeza de encontrarse nuevamente en la solitaria intimidad con su libro y desandando el tiempo a través de la lectura viajó hasta la ruinosa construcción de Pollença edificada siglos atrás por la hermética cofradía de unos cuantos místicos musulmanes.

UN SENCILLO EPITAFIO

Junto a la laja en la cual descansaban al descubierto los restos del místico Ibn al-jarim, el último sufí que testimonió la historia de la mezquita, Melissa entona una plegaria por el alma del venerable doctor absolut y con un sencillo epitafio sella la base de la lastra con la siguiente leyenda que indica escuetamente tan sólo una fecha, un nombre y unas líneas:
 
"1415-1498" "Magister Prinio Corella"
"ENERGÍA, INMORTALIDAD, CONCIENCIA TELETRANSPORTADA"

-He cumplido- dijo en voz alta -con tu primera petición al pie de la letra, y dejo en el laude de tu inscripción sepulcral la clave para localizar el manuscrito de tu Magna Obra tal cual me has encomendado. Melissa sonríe con un gesto evocador, se aleja tan sólo unos pasos, voltea vacilante, se despide primero de Ibn al-jarim -sobreviviste al ataque sedicioso de Jeremy Ancarola. Seguidamente se despide de todos los místicos. -Sobrevivirán al recuerdo de estas catacumbas. Finalmente se despide de Corella -sobreviviste al asalto decretado por tu "protector" el Abad Jacobo de Grinaldi, sobrevivirán... sobrevivirán... repetía mientras se alejaba por el túnel del pasadizo que conocía tan bien como la palma de su mano en cada uno de sus resquicios, sus meandros y sus más recónditos secretos.

Bajo la sombra y al amparo de los muros desgarrados de la mezquita, sin ningún apuro ni presión por parte de nadie, Melissa se toma dos años para cumplir con la segunda encomienda que le hiciera su mentor antes de morir. Durante ese tiempo se entrega a la lectura introspectiva de algunas obras y tratados de astrología, filosofía y matemáticas. Así mismo se ocupa en releer algunos manuscritos de alquimia, artes mágicas, ocultismo y otros tantos documentos encontrados entre los libros que Corella conservó celosamente en su accidentado baúl hasta el final de su vida.

Melissa creyó oportuno dejar testimonio de todos los hechos notables que su prodigiosa memoria le trajo al momento con tal vivacidad que en un par de meses escribió un breve y revelador manuscrito donde iniciaba relatando su niñez a partir de los siete años encontrándose abandonada en la explanada de la Ermita de Sant Miquel. Nunca escribió, ni comentó con nadie, nada que permitiera advertir alguna pista o indicio sobre su lugar de origen, sus padres o su familia. Tal vez era lo único que ella no podía o por alguna extraña razón no quería recordar. Al concluir su breve biografía anexó al final un enigmático texto relativo a la clave que alguien seguramente, con gran perspicacia y talento, tendría que valerse para decodificar con sabiduría la Magna Obra de Corella.

CLAVE secreta de Melissa para iniciarse en el Magno Tratado Alquímico del Magister Prinio Corella:
 
Entre la vigilia y las tinieblas sólo reina la cerrazón del entendimiento que se traduce en perturbación corrosiva y se aviva entre la hoguera y la brasa. Y es calamitoso y aciago, endrino y cadavérico, insensato y porfiado la afrenta del esplendor quimérico. Mas el orden mismo del universo se marca en el verbo primigenio y acoge la luz del aliento que irradia en su energía eterna la etérea exhalación de la omnisciencia.

Melissa destruyó el manuscrito original de Corella invadida por una temible incertidumbre. Temía no haber sido lo suficientemente sagaz para apartar al insensato de los oscuros secretos alquímicos, y al mismo tiempo, sumida en el arrebato de mares de confusión, sentía cómo un angustioso flagelo de vaguedad se apoderaba de ella frente al temor de que su expresión hubiese sido en extremo enmarañada, destinando el supremo mensaje del Magíster, al oscuro encriptado de su propia inteligencia en la noche del olvido.

Durante meses vagó sin propósito alguno por los inermes dominios de la mezquita. Caminaba con cierta pereza en la proximidad de un vetusto tejo hablando cosas incoherentes para sí. Sobrecogida, al escuchar su voz sintió que el viento dialogaba con ella en un murmullo de voces distantes que de súbito acallaron sus palabras enmudeciendo el sonido en su garganta. Inútilmente trató de emitir tan sólo un vocablo, un signo, cualquier aspaviento sonoro, pero ni un débil sollozo desgarró el aire pegajoso comprimido en sus pulmones. Por un instante empezó a dudar de su propia existencia, de la liviandad de su frágil cuerpo, de su espíritu volátil, de su rostro desposeído de una imagen especular vertida por cualquier superficie reflejante. Ni el agua diáfana, cautiva en la fuente cristalina del patio central del oratorio le devolvía su apariencia humana.

El tejo imponente crecía frente a ella con sus frondosas ramas encorvadas hacia abajo, que se hundían firmes en la reciedumbre de la tierra, y al penetrar poderosamente en ella las viejas cortezas torcidas del árbol, surgían a la superficie del suelo convertidas en nuevos tallos que Melissa adivinaba cómo vástagos de una sobrehumana entelequia que manaba del centro de su ser. Ella era la savia viscosa que corría por sus propias venas, era el mismo tejo majestuoso del que emergieron uno a uno los 12 estolones de rugoso aspecto femenino ondeando suaves al viento los largos follajes de espesas cabelleras. Y así vio, la espiral del tiempo y el espacio en una repentina cascada de eventos que se sucedían en la oquedad de la ausencia, porque todo se desvanecía tan pronto era, y después nada, hasta que un fulminante resplandor cegó dolorosamente sus ojos.

Su hermana Apel la cuidó con dedicación y ternura desde el día que Giraldo la encontró inconsciente a la vera del tronco de un árbol. Jamás volvieron a separarse. Cuando Melissa recuperó totalmente la salud se dedicó con tal efusión a la manufactura de los productos derivados de las naranjas que tan bien se daban en los fértiles campos de la hacienda de Ulrich Ancarola. Su cuñado incrementó la diversidad de sus mercaderías poniendo a la venta las mermeladas del cítrico agrio, extractos, confituras y sobre todo aceites esenciales que Melissa obtenía prensando la piel de la fruta a la que adicionaba algunas sustancias que sólo reveló algún tiempo después a Mimia Fleur Mori, la más cercana de sus asiduas colaboradoras.

Gozó de gran fama por toda la zona del mediterráneo el aceite petigrain que ella obtenía de las hojas y ramitas tiernas de los naranjos, ésta preciada esencia le era muy solicitada para la elaboración de fragancias del mismo modo que el aceite de neroli que obtenía de las lozanías del cítrico, el cual indistintamente sus consumidores usaban como condimento o en diversos productos que elaboraban los expertos artífices en sus balsámicos talleres.

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