POR SU CUMPLEAÑOS
Un día ciertamente memorable fue el 8 de Junio de 1999, no porque fuese la fecha en que la dueña cumplía 25 años, si no porque las circunstancias que habrían de desencadenarse estaban ya prescritas en el antes y el después, del irrevocable principio y el contumaz final de un eterno retorno ascendente de fuerza y energía, que la espiral del espacio y el tiempo marcaba con su ritmo infinito al paso reflexivo de un universo ignoto.
-Puedo pasar señora Pamela -dijo Yara desde el otro lado de la puerta del taller.
-Entra -contestó la mujer al tiempo que acomodaba los papeles de un archivo que acababa de imprimir.
-La muchacha se acercó con sigilo, tratando de no molestar, llevaba consigo un paquetito envuelto con papel lustre rosa mexicano y un coqueto moño de seda del que colgaba una tarjeta de felicitación.
-Es para usted -le manifestó Yara esbozando una amplia sonrisa. -Por su cumpleaños -agregó complacida la moza.
-¿Y no me vas a dar un abrazo? -preguntó Pamela con el rostro iluminado. -Las dos mujeres se abrazaron afectuosamente instaurando a partir de ese instante una sólida unión fraternal que se iría robusteciendo al paso del tiempo con advenimientos inquebrantables, cuyo fervor incondicional de mutua admiración, afecto y lealtad sería compartida por ambas más allá de la vida misma.
Pamela abrió con curiosidad de colegiala el inesperado obsequio. Era un alebrije de madera en forma de astuto gato profusamente decorado en tonos azul turquesa y naranja.
-Es precioso –dijo- nunca había tenido un gato.
-Ya tiene uno. ¿No va a leer la tarjeta?, yo la escribí.
-Grandioso, veamos -la complacida festejada leyó en voz alta- para la señora Pamela que a sido tan buena conmigo. Yara.
-Chiquilla, que bien escribes -dijo la dueña- sólo que hay una falta de ortografía.
-Ya voy en cuarto año -se adelantó Yara a decir simulando no haber escuchado el comentario de Pamela. -Y muy pronto terminaré la primaria.
-Ese día te haremos una gran fiesta.
-Bueno ya me voy porque tengo mucho trabajo y aún no hago la tarea. Que pase un día muy feliz y que se divierta mucho en su cena con el señor Ferdinán -gritó Yara mientras se alejaba por el pasillo.
¿QUÉ PASÓ?
No habían pasado ni quince minutos de que se había retirado la muchacha cuando regresó acompañada de uno de los peones de la obra.
-Señora Pamela, este muchacho dice que el ingeniero necesita verla urgentemente.
-¿Qué pasó? -le preguntó alarmada la señora.
-No me dijo, nada más que fuera -contestó aturdido el chaval. La dueña salió presurosa del taller seguida de Yara, las dos mujeres caminaban galopantes tras el joven.
-¿Se accidentó algún trabajador? Dios que no sea de gravedad.
-Tranquilícese señora -le suplicó Yara. Cuando el ingeniero las vio venir se aproximó a ellas y en tono grave le dijo a Pamela.
-Hemos descubierto una pared de doble fondo en la demolición, creo que es importante que usted esté presente porque parece que hay algo entre los muros.
Al escuchar las palabras del ingeniero la dueña estuvo a punto de desfallecer. Yara tomó fuertemente de la mano a su patrona, así permanecieron las dos mujeres perplejas frente al derruido parapeto interior de la exigua casa de Artemio. Los hombres retiraban a fuerza de pico y mazo los ladrillos que iban dejando al desnudo el muro postrimero. Un nicho como de un metro de ancho por metro y medio de largo corría a todo lo alto de la pared. La luz penetró ávida por el hueco dejando ver lo que parecía un enorme baúl. Los peones aceleraron la faena, hasta que finalmente lograron sacar el arcón de su escondite.
El ingeniero se dio cuenta que Pamela no reaccionaba ante lo sucedido, estaba petrificada, no acertaba a decir nada.
-¿Quiere que lo abramos señora? -preguntó el hombre ardido en curiosidad.
-Si -dijo vacilante Pamela. Yara se apresuró a retirar con su mandil los fragmentos de ladrillo, cemento y polvo que cubrían la superficie del baúl. De un solo golpe en la cerradura se abrió la caja y ante los incrédulos ojos de la dueña, aparecieron los objetos personales que Abigail y Henry llevaran consigo, durante el nefasto viaje donde perdieran deplorablemente la vida. Pamela se arrodilló con veneración ante las añejas pertenencias de sus padres. Y como un lacerante reencuentro que agolpara con grave dolor su pecho dejó escapar el llanto que había contenido todos esos años.
Yara le acariciaba delicadamente el cabello delante de la estupefacta presencia de todos. El ingeniero la ayudó a levantarse, y entre él y la muchacha la condujeron al interior de la casa. Romelia le preparó un té de tila que Pamela tomaba con pequeños sorbos. No bien se había recuperado la dueña cuando dos peones llegaron con el baúl y lo depositaron en medio de la sala de TV.
-Encontramos algo más -le dijo uno de los trabajadores al ingeniero- lo están sacando con cuidado porque está adoquinado en el muro. -Pamela alcanzó a escuchar el informe que acababa de darle el peón al principal e intentó levantarse para estar presente en la demolición, pero en ese momento entró el señor Perilló quién había regresado temprano de la Universidad con la intención de agasajar a su esposa en su cumpleaños. El marido se mostró bastante sorprendido al notar la confusión que se había desatado entre los trabajadores.
Inmediatamente se dirigió a Pamela que se encontraba en un estado ciertamente deplorable.
-¿Qué ocurre pequeña? -le dijo en voz baja tratando de hallar privacidad en la respuesta. Sucintamente la dueña le dio detalles de lo ocurrido a lo que Ferdinán reaccionó de forma más que objetiva.
-Las preguntas van encontrando respuesta mi amor, no temas, ya nadie puede dañarte. Pamela acogía como un bendito bálsamo las cálidas palabras de Ferdinán. Se sintió gratamente fortalecida al percatarse que el recuerdo de sus padres adoptivos se materializaba frente a ella en un cúmulo de objetos que conservaban aún su aroma peculiar. Sintió tan cercana la imagen paterna que le fue íntimamente familiar durante tanto tiempo, que en un instante descubrió que cinco años no cambiaban nada, el pasado retornaba a su punto de partida como si todo hubiese ocurrido el día de ayer.
El ingeniero que había salido momentáneamente a la obra regresó con un pesado bulto que colocó presto sobre la mesa de centro.
-Costó trabajo rescatarlo -dijo con ostensible orgullo- lo habían empotrado bien en el muro -agregó esperando respuesta de sus interlocutores.
En inverosímil actitud Pamela se levantó lentamente del asiento poseída por un impulso ajeno a su voluntad. Extendió sus brazos con el cuerpo inclinado y en esa posición avanzó con deliberada parsimonia hacia el fardo. Al encontrarse junto a él lo besó y abrazó como quien besa y abraza a una persona muy querida que no ha visto durante años o mejor aún durante siglos. Visiblemente se inició un diálogo interno entre la dueña y su inédito pasado. Finalmente supo que no era el final de sus tribulaciones, era el principio del legado circular de una historia escrita para circunscribir los enigmas de la vida.
Era el sueño caótico soñado en el delirio de un mundo irreal, donde el tiempo y la vigilia eran parte del mismo ilusorio universo. Pamela comprendió que tenía frente a sí, el crepúsculo inmensurable de una vasta cosmogonía de asombrosos sucesos concomitantes que habría pacientemente que descifrar. Así se vio en el fondo del abismo del espacio y el tiempo como un hálito etéreo entre cientos de criaturas que ya no le eran ajenas cuando le rendían panegírico tributo, mientras Ferdinán hacía señas a los desconcertados presentes para que se retiraran silenciosamente del conmovedor e inmutable escenario.
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