LOS ESPEJOS DE AGUA (capítulo 5)



TIENE UN SENSOR

Pamela llegó dos horas antes al hotel de lo que habían acordado. Desempacó, se dio un placentero baño, y se arregló con la misma emoción que le embargara el día de su primera cita con Ferdinán. Justo a tiempo cuando terminaba de aplicarse unas gotas de "Eternity" tocaron a la puerta. Un botones entró con un carrito de servicio portando algunos bocadillos, ensalada marinada con salmón y langosta a las brazas humeantes en el fuego de un rústico hornillo.

Pamela observaba enardecida la solícita diligencia del camarero al disponer los platos de Talavera, los cubiertos y las fuentes de los alimentos sobre la mesa de estar de la habitación número 106 del hotel Galería donde se encontraba hospedado el señor Ferdinán Perilló. Finalmente el botones acomodó al centro del bufete un candelabro con velas decoradas y un par de primorosas copas. Se retiró solicitando la aprobación de la joven señora quien manifestó estar sumamente satisfecha.
-En un momento más traerán el champagne -dijo el camarero e inmediatamente se retiró.

Tocaron por segunda vez a la puerta y Pamela desde el jardín de la terraza que daba a la alberca dijo en voz alta.
-Pase, está abierto. Al abrirse la puerta y no ver entrar a nadie volteó alarmada. En el acto se percató de un sonido extraño que le hizo fijar la atención hacia un punto remoto de la alfombra donde algo incierto se movía avanzando hacia ella. Repentinamente sintió temor y retrocedió. El objeto se detuvo por un instante, pero inmediatamente reanudó el paso. Pamela permaneció petrificada ante la minúscula cosa, que había comenzado a emitir un peculiar sonido intermitente acompasado con un ritmo semejante de luces difusas.

-Bien hecho Catarina, -se escuchó distante la voz grave de Ferdinán que en ese momento entraba en la habitación positivamente complacido.
-Fer -dijo eufórica la sorprendida esposa que no se atrevió a moverse de su lugar. Ferdinán tomó con mesura la alimaña mecánica que permanecía estática en el piso y la depositó entre las manos de Pamela.
-Tiene un sensor -explicó escuetamente rodeándola con sus brazos.
-¿Y... como funciona amor? -preguntó Pamela acentuando el tono meloso de su seductora voz.
-Catarina está provista de un ojo que reconoce tu bella silueta -dijo Ferdinán con gesto reflexivo. Parsimonioso la abrazó dulcemente tocándole los senos con tierno y placentero movimiento.

Hizo una pausa para besarle los ojos que Pamela había entornado al sentir el suave contacto de sus labios. Como un ritual aprendido besó la perfecta nariz de su esposa y las mejillas acaloradas por la febril excitación que le producía la cercanía de Ferdinán.
-¿Todo eso reconoce Catarina? -preguntó Pamela con dócil voz entrecortada.
-También reconoce tus apetecibles labios, pequeña mía.
-Te quiero Fer -dijo la joven, quien hábilmente alcanzó a colocar el diminuto robot sobre la mesa.

Se besaron apasionadamente, e hicieron tantas veces el amor como la primera vez, pero igual que en aquella ocasión no pudieron recordar a ciencia cierta el número exacto. En la madrugada, completamente desnudos sobre la alfombra, consumieron hambrientos y sedientos las frías viandas acompañadas con la langosta que más que a las brazas había quedado en un punto deplorablemente carbonizado.

LA FUNERARIA SE HA HECHO CARGO DE TODO

Los esposos Perilló permanecieron ajenos a todo acontecimiento acaecido en la Casa de las Gárgolas. Habiendo concluido el fin de semana llegó el momento de partir y el domingo bien entrada la noche arribaron a la apacible residencia donde Yara y su madre Romelia ya los esperaban. La muchacha se veía mal, tenía profundas ojeras, lágrimas en los ojos y tartamudeaba cuando dijo.
-Artemio murió ayer... señora Pamela.
-¿Cómo...? Al escuchar la noticia la dueña esbozó un gesto de asombro dibujado en su rostro con verdadero desconcierto.
-Amaneció muerto, en su cama. -agregó Romelia sumida en una clara consternación y continuó diciendo- el Dr. Cano dice que fue un infarto. Perilló y su esposa se quedaron mudos, Pamela sintió que un aire helado agitaba cada uno de los vellos erizados de su cuerpo.
-Los de la funeraria se han hecho cargo de todo, yo no quise molestarlos -dijo la madre de Yara.
-Está bien Romelia -aprobó Ferdinán la fehaciente decisión que la escrupulosa doméstica había tomado sin consultarles.

Pamela relacionó la acaecida premonición en el jardín, de las imágenes lúgubres entre el viejo y su ayudante, con un insalvable deseo hecho realidad. –Nos odiábamos a muerte, alguno de los dos tenía que desaparecer... y le tocó a él. La joven señora experimentaba radiante y sin pena las fatídicas circunstancias que la liberaron de un gran peso, nadie había ya en la casa que pudiera repudiarla, y los muertos para hacerlo tendrían que vagar en círculos tras su infecta alma por todos los rincones en la oscura bóveda más allá del confín de ultratumba.

Cierto es que Pamela ignoraba que el destino la había llevado a esa casa por alguna justa razón, próxima estaba a desdoblar la página de su propia historia. Y cuando por fin creyó superados los infaustos incidentes ocurridos en la Casa de las Gárgolas. Una semana después de la muerte de Artemio descubrió con aterradora incredulidad que todas las plantas del magnifico jardín y el invernadero habían sido absurdamente envenenadas.

Los tiestos de alelí y los brotes de campánula, los regios claveles y las flores de gerbera, los lilium delicados y elegantes, Las flores en botón de matricaria, y los ramilletes de ranúnculo yacían marchitas, inertes, fétidas. Era la obra de un desquiciado que paladeaba desde su tumba su última fechoría. –maldito anciano. -dijo Pamela al ver los tambos del fertilizante mezclado con pesticida y alumbre. –Y del otro ni sus luces -pensó- ya le llegará la hora al infame.

La dueña arrancó desde los cimientos los 23 recalcitrantes años que Felicia consagró al invernadero. Ordenó la remoción del césped, las plantas, las flores y todos los arbustos que se encontraban considerablemente dañados. Contrató a una empresa constructora especializada en diseño paisajista y en menos de cuatro meses toda la casa incluyendo la fachada y los interiores presentaban un magnífico aspecto de corte ultramoderno.

Los setos y jardineras de antaño fueron desplazados por innovadoras esculturas que se reflejaban durante el día en los espejos de agua, y en la noche el juego de luces computarizada de los estanques creaba la sensación de un centro espacial. Sólo las siete Gárgolas permanecieron en esencia inalterables, porque en realidad las quiméricas figuras encorvadas mitad mono mitad hombre alado, fueron artísticamente recubiertas con polvo de mármol y los canales que salían de la abertura del pene para las salientes de agua fueron inutilizados, en su lugar se instalaron sensores que servían como vigías de la recién restaurada edificación propiedad y orgullo de la Dueña.

El trajín de los peones y maestros de obra llevando y trayendo carretillas con cemento, arena, ladrillos, pesadas estructuras de acero y cristales panorámicos habían convertido la casa en un verdadero pandemónium. No había un solo rincón de la residencia donde guarecerse del ruido ensordecedor del taladro, la sierra eléctrica y las voces a gritos de los soldadores. Pamela veía desde la ventana de su taller a los hombres subidos en altos andamios equilibrando hábilmente las cajas de herramienta, las pesadas latas de texturizante y pintura color blanco ostión, y las largas perchas de las brochas con tal displicencia, que parecían tener los pies firmemente clavados en los largueros del andamiaje.

Aunado al golpe del cincel y el mazo, el viento en la cercanía de los viejos olmos agitaba rumorosamente la verde copa, mientras la espesura del follaje daba su última sombra a la vivienda del maldecido Artemio. La pequeña construcción que había servido de cobijo al jardinero por más de cincuenta años estaba siendo demolida.

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